sábado, agosto 01, 2009

LA LECCION






No se
si la vida
extraña
interrogante
se levanta frente al hombre
no se




No se
si es el hombre
extraño
huraño
ceñudo
quien se alza contra la vida
no se

Solo sé que hoy somos
solo forma de hombre
tránsito
con una cápsula de misterio a cuesta
que en muecas pretende definirnos

Y solo se
que quiero vivir
y hago lo posible
y río como el rio
en su carrera al mar
o para adentrarme al bosque


Y también sé
que allá en la enramada vive el pájaro
en su oficio de cantor
y más abajo en la floresta la flor de baile
oficiando catedrales de luz
ambos sin cápsulas de misterios
y en ser definidos






Tomado de http://http//embustería.blogspot. Al que quiera vivir entregamos este ejemplo de vida que nos da la naturaleza.



Todas estas imágenes de las flores de baile fueron tomadas
en la madrugada del día 24 de julio del 2009, en Caracas.


LA LECCIÓN DE LA FLOR DE BAILE

Esta madrugada, una vez más, como viene ocurriendo desde hace siglos desde que las hierbas cubren el planeta tierra, las flores de baile abrieron de improviso sus catedrales de luz. Y fueron los aguaceritos de julio los que apuraron su aparición en esta noche de luna nueva.



Lo sorprendente y extraordinario es que cada vez que ocurre este hecho natural, y propio de la naturaleza y sus leyes, el hombre se queda perplejo ante la belleza de esa explosión solar en mitad de la noche.



Y cada vez que se asoma a la inmensidad de ese espacio interior, la esencia de lo humano que está en el hombre que la mira, se alboroza y se conmueve. ¿Por qué esa flor abre la majestuosidad de sus señales por tan sólo breves momentos? ¿Qué claves reposan allí que el hombre no termina de comprenderlas y actuar en consecuencia para proponer y promover la acción de su propia esencia creadora y vital?




Quien mira las grandes hojas verdes de donde nacen no se imagina que de pronto brotará de sus bordes un capullo trenzado de hebras doradas que tarda días en buscar el sol y girar y girar como sorbiendo los rayos hasta despuntar la medianoche de su despertar.




Y cuando ocurre lentamente se van abriendo los filamentos para descubrir en su interior una arquitectura colosal de estambres y pistilos, de pliegues que se desbordan sobre la noche, como un manantial indetenible de azúcares. Y uno se queda abismado a orillas de su resurrección, absorto en esa lección de anatomía vegetal de la que brota, en cascada ascendente, un aroma en el que caben todas las huellas del hombre cuando sucumbió a la tentación de posar su ternura sobre una tierra que lo aguardaba, como si en ese gesto se recompusiera en todo su resplandor la mágica estructura de la vida.



Cuando uno admira y observa esa flor, uno vuelve sobre esa mágica maquinaria que somos. Nuestra estructura vital no es menos magnífica que esa visión. Y sin embargo la mayor parte de las veces ni siquiera nos percatamos de todo lo que se pone en movimiento con solo un pensamiento que se atraviesa a ras de las pupilas. Y colocarse a orillas de una flor de baile, de madrugada, ante una luna nueva, es como mirarnos en el espejo de nosotros mismos y sorprendernos de descubrir quiénes somos en realidad.



Sólo que la visión se apaga con la mañana. La flor recoge y resguarda el rubor de sus pétalos. Ha cumplido su labor, su inextinguible función de ofrendarles a los navegantes de la noche la lumbre de sus pistilos que como candiles juegan a robarle su encanto a estrellas. Y aguarda su nuevo ciclo. Y el hombre que la mira, también clausura su asombro, su propio milagro y vuelve a diluirse en su propia inutilidad.


Ojalá el hombre pudiera decidirse al fin, como lo hace en cada ciclo la flor de baile, a cumplir la función esencial para la cual fue creada su existencia. Para ver si alguna vez podemos equipararnos a esa dimensión de la belleza, la armonía y la trascendencia.



Tomaso Albinoni / Adagio
http://www.epdlp.com/asf/albinoni1.wmv