jueves, marzo 17, 2011

A pesar de lo oscuro un canto a la luna

Salvador Dalí


Sobre el perfume que exhala la primavera
mirar su primer sol pintado como un disco amarillo
descender hasta el árbol cuyo follaje verde refracta su luz
y pacientemente escudriñarlo hasta un pequeño nido
que una pareja amorosa teje en geometría de ángulos y vértices
cómo en cada punto van encajando plumas de su propio cuerpo
y un poco arriba un grupo de flores blancas matizadas en lilas
llaman abejitas que se hunden entre sus pistilos para saciar la sed

Cerrar los ojos como hundirse en un sueño para luego abrirlos
sobre la misma primavera que ya todo lo ha sembrado
en múltiples colores en multitudes florecillas que parecen reír
y el nido ya luce deshabitado que permite a las notas
de un cantar de pájaros mover unas de sus plumas a punto de volar
y aquél manojos de flores blancas ya no están llamando abejitas
en su lugar tres relucientes manzanos con la misma alegría:
el tiempo ha transcurrido en el testimonio de nuevas vidas.

Que oficio maravilloso si este mirar fuera
la ocupación primordial del hombre
entonces, sería tiempo de mudanzas:
la vida en flor con cantos de pájaros
algarabía en el reír de niños
para llegar a una sociedad de hermanos










Una persona amada que habita la Tierra que deberíamos tener o habitante de aquella Tierra que es pura en verde y azul donde corren melodías de cantos de pájaros o como la de los cuentos de niños donde corren afluentes de leche y miel entre vereditas de flores, me envió estas dos versiones de la “canción a la luna” de Antonin Dvorák.


Y después de oírlas, viajar en las notas del violín o en la dulce voz, el espíritu, forzado, obligado, no puede evitar la comparación.

Y pensar en el humano que destila esta canción gota a gota sobre la dura roca bajo un sol de mediodía, en el humano que con tantas ansias queremos ser. Ese humano que solo anida en el círculo de la retina de los ojos de los niños. Pero estos niños al alcanzar la forma  de hombre, ésta se le hace tumba milenaria que no le permite hacerse arcoíris mayor. Pero sabemos que fieramente lucha por emerger, por hacerse, nacer para vivir: serse!

Y da escalofrío, aridez en la piel, estiletes de hielo que punzan en el alma o el sentir del cocuyo que le extinguen su luz, cuando vemos hoy a ese hombre hecho un gigante que azota furioso las costas de la Isla Japón arrasando la vida e irradiando en vez de puro sol pura venenosa radiación nuclear para aumentar la capa de su contaminación letal. O cuando le vemos en milenios de años cruzados de brazos contemplando, casi extasiado, liquidarse en matanzas colectivas como ayer reciente en Egipto y Túnez, hoy en Libia, Palestina contra Israel o viceversa, Afganistán, y en tantos otros países de esta Tierra. O asediando la vida hasta la muerte por serie de huelgas de hambre, como en Venezuela. O por cadenas de enfermedades diversas, como el cólera, recién ocurrido en Haití.

Que distancia separa al humano de esta canción de este hombre vestido de tsunami, de terremoto, de radiación letal, de inundaciones, de cólera o de armamentos para masacres en masas. Y pensar que ambos visten de niños: uno que aún lo es, tercamente persiste, para hacerse hijos, para que el agua dé la vida que no la muerte, para que el sol y el agua sean radiación única de la vida, para que el planeta Tierra siga siendo tierra de la vida: niños que en cántaros siguen naciendo para un vivir verdadero: serse! Y este otro que un día lo fue: otro que se hace hombre para hacer y difundir la muerte, hundir en “agujero negro” a la Tierra, hombre contra humano: noserse! Que transgresión de la vida. Que gigantesca distancia!

Pese a todo, arriba sigue el Universo multiplicándose y expandiéndose, y dentro de él, la Tierra sigue girando, regalándole, regándole su “canción a la luna”. Y dentro de ella, sigue la oruga en su tránsito a mariposa, la abeja en su interminable danza para fabricar la miel, flor con flor polinizándose. Y la madre, incansable, como siempre, pariendo sus niños para seguir asomando en sus pupilas al humano. Aquél y éste: serse y noserse. Reto que alguien habrá de ganar.


Jean Pierre Augier